sábado, 12 de mayo de 2018

Crítica: CUATRO MUJERES

Cuatro desconocidas, cuatro mujeres, cuatro madres

La obra Cuatro mujeres, escrita y dirigida por Cristhian Palomino con la dirección adjunta de Ricardo Morante, se presenta en el Teatro Auditorio Miraflores hasta el 27 de mayo. La obra cuenta tres historias, que se van intercalando entre escena y escena.

La musicalización en vivo fue un elemento que conectaba a las tres historias atmosféricamente. Además, el hecho de que fuera acústica le daba a la puesta en escena una sensación de intimidad. También funcionaba como un elemento que hacía empezar y terminar un capítulo en la vida de los personajes, lo cual le otorgaba continuidad al conjunto.

Las historias, que cuentan las vicisitudes de cuatro madres, tenían un cierto grado de inocencia desde la dramaturgia. Los problemas se resolvían de manera muy rápida y casual. Por ejemplo, en la historia "Sobre Lluvia", en la que una muchacha de pocos recursos, que se acaba de enterar de que está embarazada, se encuentra en un parque de un barrio “exclusivo” con una mujer adinerada que es infértil y ella le propone criar a su hijo. En primer lugar, no se explica nunca cómo la joven llegó a un lugar como ese. Y tampoco es lo suficientemente verosímil el hecho de que una persona decida adoptar el hijo de una extraña. Es decir, tanto el lugar como el eje de la historia son gratuitos. Esto provoca que la historia por momentos sea menos interesante de ver, puesto que le quita peso al conflicto. 

Si bien la banca da el efecto de que la vida transcurre y de que estas escenas son (o intentan ser) retazos de vida que pueden pasar desapercibidos, no se justifica su contexto en la primera historia. En la segunda y tercera llega a justificarse un poco mejor (en la segunda es el lugar predilecto de la prostituta y en la tercera es el punto de encuentro de dos viejos conocidos); no obstante, a veces su presencia no ayuda al conjunto, pues vuelve predecible el paso de una historia a otra. El problema, quizá, es intentar decir a través de la banca demasiadas cosas a la vez.

En cuanto a la construcción de personajes existió una desigualdad. En la primera historia hubo un contraste claro entre el personaje de Marla (Tatiana Espinoza) y de Lluvia (Rocío Montesinos). Mientras que Marla no era la típica mujer de clase alta, Lluvia sí se ceñía a los clichés de las personas de clase baja. Además, la historia le daba a Marla más posibilidades de desarrollo de vulnerabilidad que a Lluvia. En la segunda historia, "La Mujer de la Banca", sí hubo una equidad en la construcción de personajes: tanto el joven (Cristhian Palomino) como la mujer (Amparo Brambilla), sobre todo al principio, tenían complejidad. Sin embargo, con el transcurrir de la obra hay un giro bastante fuerte que o llega muy tarde o no se desarrolla lo suficiente como para generar un impacto en el espectador. La primera parte estuvo tan bien construida, que la segunda, luego del giro, no aportó a la evolución dramática. En la tercera historia, "Segunda Oportunidad", hubo demasiados elementos que se quisieron tocar, como la inclusión de la tecnología en la vida de las personas mayores, las segundas oportunidades en el amor, y que no estuvieron bien ensamblados. Había elementos en la dramaturgia, como lo que se descubre sobre la muerte del esposo de Morayma (Cecilia Tosso), que no aportaban a la historia y que llegaban a distraer.

Hacia el final de la obra vemos una intención de hilar las tres historias a partir de cómo el aspecto de madres de los cuatro personajes principales redondea su condición y contexto. Nos da a entender que, sin importar si se conocen o no, lo que las une, la maternidad, es más fuerte que todo. 

En la vida a veces vamos muy rápido. Por eso, quizá sea necesario detenernos de vez en cuando, alzar la mirada, observar, por qué no, a esa persona que está sentada en una banca cualquiera de la calle y preguntarnos qué es lo que nos une a ella, en qué nos parecemos, cuál es la música que entrelazaría nuestros caminos.

Stefany Olivos
12 de mayo de 2018

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