viernes, 16 de febrero de 2018

Entrevista: MANUEL CALDERÓN

“Tenemos que recuperar a nuestro ser poético”

Esperando a Godot (2017) de Samuel Beckett fue una de las temporadas de teatro clásico del absurdo más celebradas por publico y critica el año pasado, consiguiendo el premio de la encuesta de Oficio Crítico al Mejor actor para Manuel Calderón, quien cumple 31 años de actividad artística. “Le dimos un vuelo diferente a nuestra propuesta”, menciona en referencia a la puesta dirigida por Omar Del Águila. “Teníamos que jugar con otras dinámicas más inmediatas, en darle a la espera una actividad, que no quede como espacio vacío”. Manuel reconoce que como actor a veces es “absurdo”, pero que como profesor sí tiene todo estructurado. “Es la primera vez que hago teatro del absurdo, lo único que hice antes en ese rubro fue dirigir una obra de Sergio Arrau, Balseando con Edelmira (2001), que tenía mucho de ese estilo, para el primer festival de teatro del ICPNA”.

Los inicios en el arte

“En el colegio hice teatro en Secundaria, pero yo ubico mi inicio formal en 1987 en la carpa teatro del puente Santa Rosa”, recuerda Manuel, quien aceptó la convocatoria de Iván Olivares, en ese entonces profesor de psicología de academias pre-universitarias y alumno del Club de Teatro de Lima, para integrar el taller de su grupo llamado Constelación, en el referido espacio. “El alcalde Alfonso Barrantes facilitó este lugar (la carpa teatro) para gente de arte diverso, como teatro y danza para grupos independientes o “subtes”; un amigo me pasó la voz y entré a este taller, que en realidad fue un grupo de teatro básico”.

Ese mismo año, Manuel llega al Club de Teatro y conoce a su director, el señor Reynaldo D’Amore. “Fue mi maestro, mi padre putativo, al que quiero mucho; él me enseñó la pasión, la entrega, la disciplina y el compromiso con lo que haces; más allá de lo que se pueda decir del maestro, estaba comprometido con el teatro”. Fueron varios los profesores del Club que marcaron la vida profesional de Manuel. “De Sergio Arrau aprendí a jugar, a leer, a conocer y entender el teatro, pero él siempre relajándose y disfrutando”. Por otro lado, la profesora Eugenia Ende trabajó con Manuel a nivel del cuerpo; y Efraín Rajman, en la dirección de uno de los montajes más emblemáticos del Club, Heredarás el viento (1989). Gregor Díaz, también conocido por su producción dramática, dirigió a Manuel en el montaje que considera como el más relevante en su paso por el mencionado centro de estudios, Gregor vs Gregor (1988). “Rescato de Gregor su forma de decir lo que sentía, ya que todas sus obras tienen que ver con sus complejos, con su ser interior, con la relación que tenía con Lima como provinciano, él le puso una cuota social a su teatro”. 

Manuel termina de estudiar en el Club en 1989 y en el verano del año siguiente, lleva el curso de Pedagogía teatral con el señor D’Amore. “Me interesaba la docencia y Reynaldo tenía una gran sensibilidad para enseñar”, rememora. “Al terminar el curso, tuve con él charlas larguísimas, hasta que un día me dijo: ¿Quieres enseñar?, tengo un grupo de adolescentes, ¿quieres o no? Así empecé, dictando el curso de adolescentes y luego el Primer Año”. Posteriormente, Manuel se retiraría del Club y les cedería la posta a Paco Caparó y Pold Gastello, quienes actualmente se encuentran en la directiva del Club.

“En 1990, entro a la escuela de Quinta Rueda, en un taller intensivo de un año dictado por Ruth Escudero (mi madre putativa del teatro), y con compañeros como Elsa Oliveros, Carlos Mendoza, Patricia Riera y otros muchachos más”, recuerda Manuel. “Solo pagamos inscripción, ya que contábamos con auspicio; dimos examen de cuerpo, de voz, de actuación, de conocimientos y una entrevista personal”. Allí tuvo como profesores a Walter Zambrano, Ana Correa y Ruth Escudero. Con esta última, se abrió la Escuela de Quinta Rueda, que duró solo un par de años. “En 1993, gané una beca y viajé a Cuba a hacer un taller intensivo en la EITALC (Escuela Interamericana de Teatro para América Latina y el Caribe), y al año siguiente entro a trabajar en el Instituto Charles Chaplin hasta el 2008”. Manuel no solo continuó actuando, sino también dirigiendo, como la puesta en escena de Tartufo (1994), con versión de Roberto Cossa en la Alianza Francesa, con Paco Caparó, Giovanni Ciccia, Patricia Romero, Pold Gastello, Juan Carlos Díaz, entre otros. “También estudié e hice un taller con Alberto Isola como alumno y dos como asistente suyo; participé en  talleres con Integro, IMPRO con Francois Vallaeys y Clown en Pataclaun; además, estudié Pedagogía Teatral en la ENSAD, así como muchos otros cursos y talleres”. Aparte de siempre estar atento a los diferentes talleres para continuar reforzando su trabajo, Manuel ha trabajado con diferentes grupos de teatro , entre ellos, Cuatrotablas, bajo la dirección de su amigo Mario Delgado, y Teatro del Sol, con Bruno Ortiz, con quien también hizo la película Rehenes.

Los requisitos para actuar y dirigir

Para Manuel, un buen actor de teatro debe tener ciertas cualidades. “Tener compromiso y humildad en el trabajo, aceptar que si no te sale, no te sale; tú eres parte del teatro, el teatro no eres tú; además, tener sensibilidad, que es la intuición”. Afirma también que la técnica se aprende, pero la sensibilidad y la intuición recaen en el actor. “Para mí, el talento no existe, es un concepto más bien abstracto, se le llama así a un grupo de capacidades y destrezas que se encaminan al dominio para hacer algo, en todo caso, el talento es esa sensibilidad que viene contigo, la intuición”. Por otro lado, un buen director de teatro debe “tener sensibilidad para percibir y organizar, un buen manejo de grupo y además, conocimientos, cultura general”.

Manuel viene colaborando estrechamente con la Asociación de Artistas Aficionados (AAA); justamente, una de esas primeras obras fue El soplador de estrellas (2011) de Ricardo Talento. “Esa obra salió de la nada”, reconoce divertido. “En la AAA, estábamos un grupo de actores desocupados conversando y surge la posibilidad de hacer un taller laboratorio, fuimos quedando al final Yazmín Loayza, Ximena Arroyo y yo”. Un pedido para hacer una obra para Navidad para un evento, motivó que los tres prepararan la obra en cuestión. “Yazmín ya tenía esta obra para dos actores, ella dirigiría y Ximena actuaría conmigo; la hicimos para ese  evento, pero después nos dijimos que valía la pena ponerla en la AAA, en la calle y se volvió itinerante”. El soplador de estrellas participó en la Muestra Nacional de Teatro en Tacna y sigue presentándose de manera intermitente hasta la fecha.

Para Ximena Arroyo, Manuel solo tiene palabras de aprecio y admiración. “Con Ximena actuamos en El zoológico de cristal (1990), junto a su madre Sonia Seminario; desde entonces nos volvimos hermanos”. Posteriormente, en el 2004, coincidieron en el taller dictado por Isola. Y en 2011 sería dirigido por ella en Yerma… mujer que no se habita. “En todos los ámbitos, como directora de la AAA, compañera de tablas y directora teatral, hay una relación muy especial: nos queremos mucho, aunque a veces también chocamos, pero luego nos perdonamos”, admite. “Ximena es perfeccionista, además, nos comunicamos bien en escena y eso ha surgido naturalmente, hay empatía y sensibilidad el uno con el otro; cuando uno se pierde, el otro lo apoya”.

La importancia del arte

Manuel cita al filósofo Edgar Morin con respecto a la importancia del arte: “En nosotros coexisten dos seres, el del estado prosaico y el del estado poético; esos dos seres constituyen nuestro ser, son sus dos polaridades, necesarias una para la otra: si no hubiera prosa no habría poesía, el estado poético no se manifiesta como tal sino en relación con el estado prosaico”. Es decir, el ser humano es un ser poético al nacer, es puro y sensible, que valora las cosas simples. “Pero conforme crecemos nos volvemos prosaicos”, reflexiona Manuel. “Tenemos que sobrevivir, preocuparnos por el trabajo y la plata; nos hemos convertido demasiado en seres prosaicos y nos hemos olvidado del ser poético, el ser sensible, ese es el que tenemos que recuperar”. El arte, para Manuel, debe ser el ámbito en el que el ser poético se recupera, porque se recuperan la inocencia y la humildad, el ser primitivo. “Y esa es la gran misión con mis alumnos”, afirma. “El ser prosaico está bien, pero se debe buscar un equilibrio con su ser poético”.

Como actor, Manuel asegura tener una misión consigo mismo y con su entorno más cercano, que es el público que asiste al teatro. “También he hecho cine, este año se estrena una película que hice con Aldo Miyashiro llamada Sangra, Grita, Late; pero yo estoy muy relacionado con el teatro”. Manuel no busca darle al espectador un mensaje en sí, pero sí sensibilizarlo. “En su esencia más pura, el arte tiene funciones, como la de hacer que el público empiece a ver más allá, la de sintetizar aspectos de la realidad para que el público vaya a su casa con una reflexión, la de conectar a la gente con el mundo real”. Manuel tiene un proyecto de enseñanza teatral llamado CAUCE, al quiere dedicarse este año. “Es un espacio pedagógico de investigación teatral, todavía no físico, que busco promocionar; pero por el momento, estoy dedicado a la docencia en los talleres de la AAA y al curso de Teatro en el Colegio Antares para chicos con problemas de aprendizaje”, concluye.

Sergio Velarde
15 de febrero de 2018

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