viernes, 9 de febrero de 2018

Crítica: ERMITAÑO

Arte de corporalidades

La Pontificia Universidad Católica del Perú, a través de la Especialidad de Artes Escénicas de la Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación, la Especialidad de Creación y Producción Escénica de la Facultad de Artes Escénicas y el Centro Cultural PUCP, dieron lugar a la décimo séptima y última edición del Festival Saliendo de la Caja. Este es un evento donde los alumnos de dichas especialidades tienen la oportunidad de mostrar sus proyectos finales al público en general. Una de esas muestras fue el montaje Ermitaño de Martín Pérez del Solar, con Anaité Caycho y Andrea Zárate como jefas de proyecto.

La puesta en escena contó con la participación de actores con distintas corporalidades, con el fin de encontrar distintos códigos de comunicación y enriquecer el montaje. El haber adaptado “El cangrejo ermitaño” a un lenguaje más inclusivo definitivamente ha sido lo más destacable del proyecto. La exploración que cada actor ha hecho con su propio cuerpo, saliendo totalmente de la zona de confort de cada uno, dio realmente buenos resultados para la creación. El uso de distintas corporalidades fue un recurso efectivo para introducirnos en el mundo fantástico de estos personajes, donde pudimos ver a un cangrejo representado de una manera que no se suele ver, o a un anciano sabio con una forma de hablar pausada y grave.

La dirección en este montaje ha sido un elemento clave para su consolidación. La partitura de movimientos y desplazamientos de cada personaje fue limpia, respondiendo a las convenciones teatrales que ya se conocen. No hubo ningún tipo de “trato especial” a los actores por sus diferentes corporalidades. Era reconfortante ver una puesta en escena en la que los actores no han tenido que cumplir con un determinado físico, sino que se ha hecho toda una investigación personal y grupal para poder sacar el jugo al material actoral. La obra en ningún momento tuvo problemas de ritmo; al contrario, las diferentes corporalidades ayudaron a comunicar al público cierto tipo de convenciones respecto a los actores, de modo que la imagen del personaje que encarnaban quedaba clara. Lo mejor del trabajo actoral de este montaje definitivamente fue el lenguaje corporal. La obra se sostuvo gracias al nivel de expresión corporal que todos los actores alcanzaron de manera uniforme. El elenco logró representar el mundo fantástico no solo en conjunto, sino a través de la calidad de cada uno de sus movimientos. Por otro lado, la iluminación y la música fueron elementos que lograron redondear la puesta.

Ermitaño no solo nos ha traído personajes fantásticos a escena, sino que nos da la posibilidad de ver otras formas de ver teatro: nos dice que no solamente actores con una corporalidad “estándar” pueden lograr comunicar, sino que las posibilidades son infinitas. En el mismo mundo actoral existe esa idea preconcebida de que el actor debe tener una corporalidad “flexible y esbelta” cuando en realidad el cuerpo, en cualquier condición, es un conjunto único de posibilidades. Ermitaño es un ejemplo de aquello.

Stefany Olivos
9 de febrero de 2018

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