jueves, 24 de agosto de 2017

Crítica: NEVA

Una crítica sobre el teatro y sus limitaciones

Desde hace unas semanas se está representando en “La Casa Recurso” el montaje Neva, del dramaturgo chileno Guillermo Calderón. Es una creación colectiva de los actores Carla Valdivia (Olga Knipper), Vanessa Vega (Masha) y  Walter Ramírez (Aleko). La acción transcurre en una tarde de invierno de 1905 en San Petersburgo,  donde las tropas están reprimiendo violentamente a obreros que salieron a las calles para reclamar pacíficamente unas mejores condiciones de trabajo. En medio de todo este caos, hay dos actrices y un actor en un teatro frente al río Neva queriendo ensayar El jardín de los cerezos, obra del recién fallecido Anton Chéjov.

El espectador entra en “fila india” al espacio de la representación: los actores se encuentran ya caracterizados, calentando y desplazándose por el espacio. Sus voces, la luz tenue y sus movimientos ya nos dan indicios de la crudeza que la obra va a mostrarnos. Un canto coral que mezcla la melodía de una canción de cuna con una letra sórdida da inicio a la obra. Lo primero que me llamó la atención fue la caracterización de los personajes: todos los actores con maquillaje básico blanco en la cara y vestuarios que nos llevaban inmediatamente a los primeros años del siglo XX; gracias a la iluminación, que venía desde el suelo, los personajes causaban el efecto de ser personajes tétricos, la imagen de ser payasos muertos a punto de dar una función.  La escenografía contaba con lo necesario, una buena solución y distribución del espacio. Como presentación de personajes, me pareció una propuesta interesante.

La obra constituye una reflexión crítica acerca del teatro y sus limitaciones para poder hacer frente a los hechos que están sucediendo en su contexto, pues no puede dar cuenta del drama público de violencia política de aquel entonces. Neva está llena de sarcasmos y escenas aparentemente absurdas, como un intento de representar la muerte de Chéjov para que su viuda vuelva a tener “inspiración actoral”. Se entendió que esta era la premisa de la obra en sí misma; sin embargo, el montaje no llegó a explotar del todo los recursos que tenían.

Para representar una obra, sea de la naturaleza que sea, hay que buscarle una contradicción para que funcione. Si se tiene una obra absurda, no se puede actuar absurdamente, pues de esa manera no se puede encontrar una profundidad –hasta las obras absurdas tienen profundidad-  en lo que se representa. Es por eso que si se tiene una obra como “Esperando a Godot”, por ejemplo, no puede ser que los actores lo actúen absurdamente. Dado este ejemplo, digo que en el caso de Neva fue una obra oscura y sarcástica actuada de manera oscura y muy sarcástica. Los personajes de la obra son grandes, sí, pero si en la interpretación se actúa la característica, solo estás dando la información al espectador de que eres un personaje grande. En general, durante la obra los tres personajes oscilaron en lo que acabo de explicar, actuaban una característica y no un personaje completo. Incluso vocalmente, debido al desborde de energía que implicaba la grandilocuencia de la propuesta actoral, los textos se perdían, eran más gritados que interpretados; sin embargo, rescato que el personaje de Masha fue el que menos reincidió en ello. Como montaje, le faltó tino en medir la energía y la información que, con los elementos que tuvo, dio al espectador.

El montaje, a pesar de todo lo mencionado, hizo entender el mensaje desolado del contexto que nos representa. Rescato la crítica hacia el teatro como un arte que debería ser un agente que muestre y haga frente a los contextos con los que convive. Me quedo con esta idea: el teatro es y deberá ser siempre un agente político de cambio; habrá que seguir trabajando por ello.

Stefany Olivos
24 de agosto de 2017

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