jueves, 17 de agosto de 2017

Crítica: EL VUELO DE LOS OLVIDADOS

Indiferencia que duele

Compartimos un mismo territorio; sin embargo, no siempre tenemos idea de lo que sucede en cada rincón del mismo. Las costumbres y formas de vida, los problemas, las carencias, etc. Pues bien, la historia de Ninapanqari es un fiel reflejo de esta realidad. Bajo la dirección y dramaturgia de Paris Pesantes, se presenta en el Teatro de Cámara del Centro Cultural El Olivar la obra “El Vuelo de los Olvidados”.

Un detalle destacado fue, que al ingresar el público a tomar sus lugares, los actores ya se encontraban interpretando sus roles, creando una atmósfera de complicidad y curiosidad por saber qué venía más adelante. La trama desvela el misterio de un pueblo conocido por tener la tasa de suicidios infanto-juveniles más alta del mundo, hasta allí llegará Alba -interpretada por Carmela Tamayo- una ex-periodista, quien pretende retomar su carrera contando esta triste historia, para muchos desconocida, pero que al mismo tiempo la enfrentará con penosas situaciones que la harán reflexionar acerca de su propia vida.

El elenco se completa con Mirtha -interpretada por Andrea Montenegro- desarrollando un papel bastante humano, con cargas no resueltas, que la mantienen ajena a los afectos y al apego por los chicos de Ninapanqari: Samin, Unay y Urpi –interpretados por Willy Guerra, Ray Alvarez y Claudia Ruíz- cuyas participaciones fueron conmovedoras y de gran calidad. Particularmente, sorprendió el carisma y ternura de Urpi, quien finalmente genera un cambio en todos los personajes de la obra.

Los elementos de la escenografía fueron bastante básicos, lo cual no estuvo mal debido a que el relato era el protagonista en este caso, los pétalos rojos simulando a las hojas de los Carmelos (árboles); la iluminación roja emulando el cielo cubierto de polen; la música (grata sorpresa que fuera ejecutada en vivo) se complementaban con la narrativa. La misma que fue muy precisa, es decir, se narraron los hechos relevantes que estructuraban la obra; no obstante, la intriga queda respecto de algunas situaciones (qué pasa con los chicos del pueblo, la situación de Alba y su hijo, por ejemplo), que se resolverían a futuro según se vio.

Más allá del mensaje que pueda rescatarse, está el hecho de reaccionar frente a situaciones que muchas veces desconocemos, lo que no quiere decir que no deban importarnos; por el contrario, esta pieza teatral invita a dejar la indiferencia e involucrarnos más como país, sin ir muy lejos, identificarnos como sociedad, como humanos. La atención se mantuvo alerta durante toda la obra, no solo por los roles muy bien desempeñados de cada actor, sino por lo que significaba desprenderse de la comodidad de la vida como seres individuales y empezar a identificarnos como una colectividad, que necesita crecer, apoyarse; para que no duela la indiferencia, o peor aún, la crueldad de los que atacan a los olvidados, como contundentemente nos muestra el final de la puesta. Termino recomendando a quienes lean, no se pierdan la oportunidad de verla.

Maria Cristina Mory Cárdenas
17 de agosto de 2017

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