jueves, 18 de mayo de 2017

Crítica: EL ZOOLÓGICO DE CRISTAL

Cuando la vida es tan frágil como el cristal

Hace unos días fui al ICPNA de Miraflores a ver “El zoológico de cristal” de Tennessee Williams, una joya de la dramaturgia mundial que no necesita presentación, y que es una de esas obras a las que ya se les puede llamar “clásicas”, y que son muy necesarias en la cartelera limeña. No porque lo que se presente normalmente en Lima sea malo, en lo absoluto, sino porque siempre es bueno tener la opción de poder ver a esos autores, como Williams, que tanto han influido en los dramaturgos de hoy en día.

Los encargados de hacer realidad esta difícil empresa han sido Joaquín Vargas, conocido director y creativo de teatro y televisión, y la productora Vargas Navarro Producciones (quienes, simultáneamente, están presentando la aclamada obra “Piaf” en el teatro Marsano), y el resultado no puede ser mejor.

Quizás el mayor acierto de la obra radique en la elección del elenco, el cual cumple de gran manera con sus personajes, los cuales se desplazan por una línea que los lleva por diferentes estados y emociones, incluso, por momentos, como caricaturescos, pero sin dejar de totalmente humanos en ningún momento.

El talentoso Martín Velásquez (a quién ya disfrutamos en Zapping, el año pasado), es Tom Wingfield, personaje que hace del narrador y que es quien nos sumerge en esta historia en donde hay una persona que se siente con el poder de manejar, disponer y controlar la vida de  los demás: Amanda Wingfield, la matriarca de la casa, brillantemente interpretada por Mónica Domínguez. Después tenemos a Mónica Ross y a Francisco Cabrera, y si bien sus performances son menos vistosas, no por eso desentonan, incluso, en mi opinión, el momento en que la actuación de Mónica Ross se vuelve más conmovedora y verosímil es justamente cuando interactúa con Cabrera.

El montaje es prolijo, muy bien cuidado, y se nota la mano del director en que ha dispuesto el montaje, de tal forma, que sea imposible que Mónica Domínguez no se luzca. Sólo hubo un detalle que llamó la atención, y es que al iniciar la obra, la convención que se propone es que los actores toman desayuno con utensilios y comida imaginaria, pero luego, en el segundo acto, en una cena, todo se vuelve real. Creo que hubiera sido mejor que sigan con la convención propuesta, sea cual fuere, pero solo con una.

Bueno, quedan tres fines de semana para poder disfrutar de esta excelente obra, la cual nos muestra que la vida puede ser cualquier cosa que nosotros creamos que es: una cárcel, un lugar de frustración o un lugar para explorar y luchar por la felicidad. Sea como sea, en nuestro convencimiento de lo que somos nosotros mismos, radicará nuestro destino.

Daniel Fernández
18 de mayo de 2017

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