domingo, 23 de octubre de 2016

Crítica: EL ROSTRO

En la búsqueda de identidad  

En la puesta en escena de Todos mis miedos, estrenada en el Auditorio ICPNA de Miraflores y escrita por los argentinos Nahuel Cano y Esteban Bieda, el protagonista (un escritor) se ve inmerso en una complicada relación sentimental con una joven admiradora, bajo la atenta mirada de uno de sus personajes de ficción. Curiosamente en el mismo espacio se presentó, en el marco del XIII Festival de Teatro Peruano Norteamericano, la obra El rostro, escrita por el joven dramaturgo peruano Ricardo Olivares, en la que el protagonista (ahora un arqueólogo) se debate también entre una enfermiza y trágica obsesión amorosa y una inquietante presencia que esconde su rostro, proveniente de los confusos recuerdos de su pasado. Más allá de estas someras coincidencias, que incluyen además la disposición cuadrangular del espacio escénico, ambos montajes exploraban a su particular manera la psicología de cada uno de sus personajes principales, pero acaso acertando más (a nivel dramatúrgico y actoral) en la segunda puesta mencionada.

Luego de leer la muy pertinente crónica de Pepe Santana en Advenedizo Digital, poco queda por agregar. Premiada en el Concurso Nacional Nueva Dramaturgia Peruana 2014, El rostro está estructurada en desorden temporal: después de observar a una mujer con una máscara blanca desplazándose aleatoriamente en el escenario lleno de arena (mientras los espectadores esperábamos la tercera llamada), el montaje inicia con un momento climático, en el que el arqueólogo Ramón, presa de un ataque de pánico, apunta amenazadoramente con un arma a su psicoanalista. Poco a poco, la trama se va desenredando, acertadamente dirigida por Yanira Dávila y Alejandro Guzmán, quienes resuelven la puesta con sencillez y efectividad, valiéndose de escasos elementos y el diseño de luces. Y es que Ramón, que regresó a Perú para escribir sus memorias, tiene serios asuntos de identidad sin resolver con su pasado, que involucran principalmente a su misteriosa madre.

A destacar la sentida y precisa interpretación de Carlos Acosta en el rol protagónico: se trata de un interesante director (responsable de dramas contemporáneos como Un verso pasajero o de clásicas comedias como Los dos hidalgos de Verona)  que demuestra en este montaje una gran versatilidad, interpretando limpiamente a su personaje en diferentes edades y a su propio padre cuando corresponde; bien secundado por un sólido Eduardo Ramos como su psicoanalista y la perturbadora presencia de Alicia Mercado, como su madre y su despreocupada amante. Ricardo Olivares consigue con El rostro un interesante retrato psicológico de un ser humano en la búsqueda de su verdadera identidad.

Sergio Velarde
23 de octubre de 2016

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