viernes, 2 de septiembre de 2016

Crítica #400: LA SIRENA VARADA

La vigencia de Casona   

Alejandro Casona es quizá uno de los dramaturgos españoles más subestimados, a pesar de contar con un puñado de entrañables obras, bellamente escritas y repletas de fina poesía, que mezclan con fortuna la fantasía y las falsas apariencias con las realidades más crudas. Así, en La casa de los siete balcones (1957), el paradero de un tesoro escondido solo es conocido por la desequilibrada tía Genoveva, quien espera por años la carta de su amado, mientras la residencia es visitada por ocasionales fantasmas; en Los árboles mueren de pie (1949), el señor Balboa debe mantener a ciegas a su esposa a toda costa acerca de la oscura y verdadera personalidad de su nieto; y en La tercera palabra (1953), las tías del “salvaje” Pablo deben educarlo y además, protegerlo de sus propios familiares debido a la importante herencia que recibió el joven. La primera obra de Casona, La sirena varada (1934), se presentó en el Teatro Mocha Graña de Barranco gracias a Meca Producciones, haciéndole justicia en gran medida al imprescindible autor español.

La acción se concentra en una casa junto al mar, en donde habita un grupo de variopintos personajes, rozando algunos con lo absurdo: un fantasma llamado don Joaquín (Rodrigo Rodríguez), que aspira a ser jardinero y termina además, enterándose que alguna vez fue Napoleón; el pintor Daniel (Martin Berrios), que pasa sus días inexplicablemente con los ojos vendados; el excéntrico soñador Ricardo (Marco Antonio Huachaca, además director de la puesta), dueño del inmueble y el que los convocó a todos, así como a su sirviente Pedrote (Wilbert Flores). Hasta el lugar llega una misteriosa mujer (Glenda Flores) que afirma ser una sirena salida del mar en busca de su amado, de la cual queda prendado Ricardo. Este hecho pone en alerta a don Florín (Luis Enrique Gastelú), el único personaje “centrado” de la obra, mientras que la aparición del payaso Samy (Moisés Dávila) y del dueño de un circo Pipo (Maximiliano Benites) no hace otra cosa que empeorar la situación.

Huachaca, que ya había protagonizado La casa de los siete balcones y también, curiosamente, El lenguaje de las sirenas de Mariana De Althaus, cumple con corrección al actuar y dirigir su propia obra, pero acaso la adaptación elegida para la misma reduzca demasiado la duración de la trama, impidiendo el total desarrollo de los personajes y el buen desempeño actoral, pues esta luce algo apurada. Por otro lado, algunos aspectos respecto al maquillaje y caracterización podrían revisarse. Sin embargo, el personaje de Huachaca es el que se acerca más al verdadero espíritu fantástico que plantea Casona. La sirena varada podrá ser la obra más reconocida del autor, pero quizás sus piezas posteriores, antes mencionadas, alcanzaron mayores brillos dramatúrgicos. En todo caso, el presente montaje de Meca Producciones resulta encomiable al llevar a escena a un dramaturgo tan creativo y vigente como lo es Casona.

Sergio Velarde
2 de setiembre de 2016

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